domingo, 15 de abril de 2012

La ley del Candado y la reacción

Por Jerónimo de Estrada


Alfonso y su ministro Canalejas

En 1906 se presentó al Congreso un proyecto de Ley de Asociaciones que, vulgarmente, fue denominada la Ley del Candado. Con esta legislación, el Estado conseguía un poder total sobre cualquier asociación pudiendo disolverlas o no autorizarlas. La ley no era original española; era, como demostró Víctor Pradera, un calco de la Ley de asociaciones francesa de 1901.

Cuando Alfonso XIII firmó el proyecto, le dio una palmada en la espalda a Dávila, su redactor, y le dijo “Te deseo, cuando lo discutan las Cortes, tanta suerte para su aprobación como facilidades te he dado yo para firmarlo”.[1] Su apoyo no fue puntual, siempre le mostraría su afecto a Canalejas “Yo siempre le daré la mano a usted para que se levante”.[2]
En el sistema monárquico liberal, el antirrey, Alfonso XIII, representaba el trágala y el consenso, herramientas esenciales para la democracia liberal. Ante la comisión de Damas, Don Alfonso dijo: “Señoras: yo las recibo con mucho gusto y comprendo bien lo que desean y lo que quieren decirme. Soy católico fervoroso como ustedes pero puedo hacer muy poco en el asunto de que se trata, porque yo, ante todo, soy rey constitucional y, como tal, son las Cortes por iniciativa o de acuerdo con mi gobierno, las que resuelven sobre asuntos nacionales. Lo que yo puedo hacer y haré es entregar a mi gobierno esta exposición mañana mismo para que resuelva lo que estime necesario”.[3] Don Alfonso tenía que dar gusto a todos. Así es que un año consagraba España al Sagrado Corazón de Jesús; otro negaba la prosperidad de la Iglesia; introducía en el gobierno a ministros masones o traía la pornografía en España. Y es así como un rey constitucional que ni reina ni gobierna sino que intenta satisfacer, dio el placer a los españoles de marcharse del país.

Cientas de manifestaciones se convocaron.


Sagasta acertó, tiempo atrás, cuando había dicho “eso no se puede hacer, porque no hay que olvidar que el partido carlista pondría en el campo ochenta mil hombres”.[4] Ni más, ni menos, la actuación del carlismo, por esos años, estaba encaminada a hacer de contrapeso de los avances revolucionarios. La Comunión, como apunta Rodezno “era la Guardia civil de la Iglesia, sin que los obispos ni el alto clero se le mostrasen, ciertamente, muy agradecidos”.[5] Ante esta situación, los carlistas e integristas desarrollaron una intensa campaña contra este proyecto al igual que la Iglesia, pues “Si las leyes del Estado están en abierta oposición con el derecho divino […] entonces la resistencia es un deber y la obediencia un crimen” como sentenció Senante. Incluso la Santa Sede llegó a amenazar con cambiar su posición respecto al carlismo y romper relaciones con Madrid. El mismo Carlos VII se refería al asunto:

Nuestra comunión, fiel guardadora de las tradiciones patrias, debe figurar en la vanguardia de todas las manifestaciones de viril protesta que se hagan, pues es su primer deber el de luchar siempre por la Causa de Dios, cuyo santísimo nombre figura al frente de nuestro lema inmortal, informando todo su credo.

Ante hechos tan escandalosos, pero lógicos en las actuales instituciones, únome de todo corazón a cuantas manifestaciones se hagan para alejar de mi patria ese nuevo baldón de ignominia con que el liberalismo pretende mancharla.[6]

El proyecto fue aprobado por las Cortes, pero finalmente no tuvo prácticamente efecto. Un éxito para los grupos católicos. Mientras, el partido conservador, caracterizado por su desidia e inacción, optaba por el sostenimiento del edificio de la Restauración.

[1] DE CARLOS GOMEZ-RODULFO, Jaime: Carta inéditas de Carlos VII: Montejurra, 1959. Pág. 238.
[2] SECO SERRANO, Carlos: Alfonso XIII. Madrid: Arlanza, 2001. Pág. 141
[3] DE CARLOS GOMEZ-RODULFO, Jaime: Carta inéditas de Carlos VII: Montejurra, 1959. Pp. 239-240
[4] RODRÍGUEZ ARÉVALO, Domingo: Carlos VII, Duque de Madrid. Bilbao: Espasa-Calpe, 1929.Pág. 245
[5] RODRÍGUEZ ARÉVALO, Domingo: Carlos VII, Duque de Madrid. Bilbao: Espasa-Calpe, 1929.Pág. 245
[6] Carta de Carlos VII a Barrio Mier (21-XII-1906) en DE CARLOS GOMEZ-RODULFO, Jaime: Cartas inéditas de Carlos VII. Madrid: Montejurra, 1959.

domingo, 1 de abril de 2012

La última entrevista de Manuel Fal Conde


Secretario general del Partido Carlista[1] entre 1934 y 1955
Ultima entrevista con Fal Conde[2]. Por Josep Carles Clemente[3]
Fal Conde tiene ahora la palabra. Me trasladé a Sevilla, antes de su fallecimiento en 1975, para que diera testimonio de su participación en el Alzamiento de 1936. Multitud de artículos, entrevistas, libros y conferencias han aparecido en los últimos años dentro de nuestro país sobre este asunto que ya es Historia.

Don Manuel Fal Conde nació en Higuera de la Sierra (Huelva) y contaba con el título de abogado. No poseía, como la gente cree, antecedentes carlistas en su familia. Sin embargo, este andaluz representó un papel importante en la acción de nuestra pasada historia.
En agosto de 1932 se produce el levantamiento militar de tendencia monárquica contra la República, cuya representación llevó Sanjurjo, en el que la intervención de un abogado andaluz, Manuel Fal Conde, adquiere relieve político nacional. A partir de entonces, Fal se convierte en pieza fundamental dentro del movimiento carlista, que en aquellos tiempos estaba dominado por elementos integristas y tradicionalistas. Fal culmina esta actuación política cuando, el 3 de marzo de 1934, don Alfonso Carlos de Borbón le nombra delegado suyo en España y, por lo tanto, jefe de la Comunión Tradicionalista.

Se hace cargo del carlismo y realiza una profunda reorganización. Ante los nubarrones que se aproximan, Fal Conde arma y militariza a los voluntarios carlistas: el Requeté. El 15 de abril de aquel mismo año ya se pueden notar los resultados de su mando: se efectúa en la finca de “El Quintillo”, de Sevilla, la primera demostración de esas fuerzas, que fueron adiestradas y preparadas por el capitán Enrique Barrau.

El carlismo adquiere nuevo vigor y acuden a él otras corrientes políticas. Entre ellas, el jefe y miembros de un grupo de nacionalistas catalanes denominado “Vella Catalunya” que se integran plenamente en el movimiento carlista.

El 15 de julio, Fal Conde se dirige por primera vez en público a los carlistas, con motivo de un acto político en Potes (Santander). En aquella ocasión, dijo: Los pueblos tienen derecho a levantarse contra los tiranos, pero primero hay que hablar a las conciencias y prepararlas. Y así lo hizo, hasta que llega el estallido del 18 de julio de 1936.

El 8 de diciembre de este mismo año, con motivo de la decisión del jefe de los requetés de crear una Real Academia Militar Carlista, Fal Conde es expatriado.
Llega abril de 1937. Fal sigue en Portugal, pero Hedilla, a través de dos carlistas, le propone un acuerdo: si la Unificación se efectúa sin contar con ellos, no aceptarán cargo alguno en el partido naciente. Hedilla y Fal cumplieron este acuerdo. Mientras que los tradicionalistas pro-alfonsinos, conde de Rodezno, Luis Arellano y el también conde de La Florida, se unifican.

El 11 de agosto, Fal vuelve a España, pero en 1941 es confinado en Menorca, hasta que a mediados de diciembre, fecha en que vuelve a Sevilla, donde estuvo residenciado hasta diciembre de 1945, adquiere de nuevo libertad de actuación. De hecho, Fal había seguido actuando mediante enlaces, proclamas y manifiestos. Siempre a las órdenes directas del entonces Regente del carlismo, don Javier de Borbón Parma, hasta que el 11 de agosto de 1955, y debido a una repentina y grave enfermedad en la garganta[4], Fal Conde cesa como jefe-delegado y asume directamente don Javier el gobierno del Carlismo.

Fal Conde poseía uno de los mejores archivos sobre la guerra española y, precisamente por ello, le pedí que me diera noticia sobre algunos puntos referentes a los preparativos, antecedentes y demás acciones sobre la misma. He aquí su testimonio y sus declaraciones póstumas de1975:

LA CONSPIRACIÓN

-Don Manuel, unos artículos suyos en la ya desaparecida revista Montejurra han descubierto al público lo que antes era dominio de minorías de informados. En ellos se ve claro que usted fue uno de los primeros y más eficientes motores de la conspiración contra la República. ¿Me puede ampliar este tema?

-Mala señal sería que fueran dándose de baja en el cuadro de honor y servicios de aquella conspiración tantos que en número, por crecido desmerecedores, han monopolizado hasta aquí la ostentación y la gala de esa primacía. Es cierto que un mayor nivel de cultura va inspirando a los corazones hondas repugnancias hacia la violencia, creando un clima más propicio a la caridad que no permita Dios degenere en un pacifismo conformista, patológico, que amilane las conciencias ante la furia y las resigne infrahumanamente a la opresión, que seria regresión atávica a la espiritualidad de la esclavitud bajo el paganismo.

Yo, personalmente, ni fui político ni jamás me sentí vocacionado a la violencia, a la fuerza, a la guerra. Modesto abogado y ferviente catequista en misiones de seglares, donde eran rechazados los misioneros sacerdotes, cuando vine a la política no cambié mi equipo espiritual de misionero segla, visitador de pobres en las conferencias y educador en centros obreros. Amenazaba inminente la revolución en el año treinta.

Cuanto me cupo en suerte promover fue, desde que empecé a actuar en política, bajo la dirección de mis jefes y la suprema y sapientísima de don Alfonso Carlos.
Ya he dicho que España conservaba aún esa vitalísima reacción defensiva contra la tiranía, que identifica a los pueblos que se han formado bajo los dictados del Derecho Público cristiano y en el aire de las libertades públicas legítimas.

Fal Conde intervino activamente en el levantamiento militar contra la República que encabezó el general Sanjurjo el 10 de agosto de 1932. Vemos a ambos en esta foto tomada el mismo día del fallido alzamiento.

-¿Puede decirme algo sobre sus acuerdos con el general Sanjurjo?

-Ya desde agosto del treinta y dos estábamos en contacto. Fracasó el golpe en Madrid, dirigido por el general Barrera, con las víctimas de los jóvenes carlistas de la A.E.T., Triana y San Miguel, pero triunfó en Sevilla. Por la noche declinó el sol del general y empezó el calvario de prisiones y confinamientos.

Era necesario un primer intento de sublevación contra el poder constituido y necesitaban también los espíritus templarse en la tribulación. Sin 10 de agosto de 1932 no hubiera habido el Alzamiento del 18 de julio de 1936, ni victoria de 1939. Desde mi prisión primero, y después visitando las cárceles, los exilios de Lisboa, Gibraltar, San Juan de Luz, se aglutinaron voluntades y se seleccionó un grupo valiosísimo de jefes. Don Alfonso Carlos había puesto cartas cordialísimas a los deportados de Villa Cisneros, como Lamamié de Clairac les había amparado con su interpelación en las Cortes. Yo había cuidado a los deportados de Villa Cisneros que el Rey había considerado afectos a la región de Andalucía, de la que era jefe regional. Si el 10 de agosto fue la preparación del 18 de julio, la presencia del carlismo al lado de los perseguidos le había atraído medios de poder concebir sin quimera una sublevación carlista.

Según explica el propio Fal Conde, en el apoyo carlista a la sublevación del 18 de Julio de 1936 jugaron un papel fundamental los aspectos religiosos y tradicionalistas. Lo que reflejaría Sáenz de Tejada en este dibujo, con la leyenda “…EI voluntario parte fortalecido también con la bendición del padre…”

Porque con gran fervor se acrisolaban los espíritus y se formaban los cuadros: en función cívica las juventudes, con un gran jefe nacional –Aurelio González de Gregario-; y en proyección paramilitar con el general Varela, los tenientes coroneles Royo y Utrilla y su delegación nacional con Zamanillo.

Pero jamás deseamos una acción aisladamente del Ejército. Que este cumpliera su sagrado deber de salvar a la Patria, significaba nuestro más ferviente anhelo. Tres generales, entonces en Madrid, eran la esperanza: Orgaz, Varela y Goded[5]. Pero resultaba imprescindible que la cabeza fuera Sanjurjo.

Visitas a Estoril, el envío como ayudante al que lo había sido en agosto, don Emilio Esteban Infantes, cuyos gastos sufragábamos como obsequio al general y como acto de justicia el atender la necesidad del insigne militar que, privado por la República de la carrera, tras la amnistía, se buscaba en Madrid el limpio vivir con clases particulares que hubo de dejar. La llegada a Navarra de Mola constituyó una gran facilidad.

Jamás deseamos ni procuramos la sublevación, ni menos la guerra. Lo que empujábamos era el golpe de Estado, todavía viable y de tradición reciente. Habrá que exhumar la estratagema nuestra –honor a González de Gregario y a Agustín Tellería- de los trescientos uniformes y correajes de la Guardia Civil para asaltar los Ministerios, si Rodríguez del Barrio se decidía.

-¿Cuál era el ánimo del general Sanjurjo y el ambiente del Ejército en aquellos días?

- Sobre cuál era el ánimo del general Sanjurjo y el grado de escepticismo sobre el Ejército, lo indica la nota autógrafa fotografiada de su archivo, con fecha 30 de marzo.
El acuerdo fue tomado en una cena en el comedor particular de los dueños del Hotel Hispano Americano, de la calle Primero Decembro, de Lisboa , amigos personales del general, con el príncipe don Javier y presentes Aurelio González de Gregario y yo.

Consistió el acuerdo en que si el alzamiento era del Ejército, al que concurríamos con todos nuestros medios, él acudiría a donde se le llamara, para cuyo caso la contraseña sería medio recordatorio de la señora de don Ramón Carranza, de Cádiz, cuya mitad él retendría y la otra se enviaría al general Mola.

Si, contra lo que vivamente se deseaba y procuraba, los mandos claves se echaban atrás, o llegado el momento fallaban, y todo en el supuesto básico de la inminencia del peligro de revolución soviética que sabíamos tan preparada, la sublevación sería sólo carlista. Claro está que con una brillante plantilla de generales, jefes y oficiales comprometidos y enlazados.

Para ese supuesto que, gracias a Dios, no llegó a ser necesario, otro recordatorio –aquel día estábamos, por lo que se ve, fúnebres- sería la contraseña: el del canciller de Austria, Dollfus, que yo llevaba en mi cartera, enviado por la viuda del insigne mártir austriaco, por conducto de doña María de las Nieves.

-¿No era demasiado audaz ese proyecto?

-Sin ese picante no se concibe gesta española. Ni saltando el Atlántico por mar o aire, ni a pie firme a lo alcalde de Móstoles o a lo Juan Maria González, en Talavera de la Reina, aún insepulto el Rey Fernando VII. O como el ídolo Santos Ladrón, en la Rioja.

Pero audacia sólo relativa, que contaba con la capacidad de reflejos del pueblo español, la fuerza expansiva enorme del carlismo y con bazas en la mano, como los acuerdos con Italia y Portugal, que se traducían en el compromiso de reconocer el nuevo poder tan pronto se constituyera, con tal de que tuviese un puerto y contactos con algunas fronteras; entrega del armamento, artillería y aviación de acompañamiento de una división en pie de guerra, barco que daba en benemérito diputado tradicionalista por Cádiz y poderoso naviero don Miguel Martínez de Pinillos, el que con pabellón marroquí recogería el armamento de un barco de guerra italiano en una bahía de África Occidental que sabe de transbordos contrabandísticos.

Y una plantilla verdaderamente prestigiosa de militares: don Mario Musiera, que había sido miembro del primer Directorio de Primo de Rivera; el teniente coronel Baselga, jefe de Estado Mayor en San Juan de Luz, ambos trabajando sin descanso; Rada, inspector nacional bajo las órdenes del bilaureado Varela; y Utrilla, inspector de requetés de Navarra..., el coronel don Ricardo Serrador, deportado de Villa Cisneros, luego en el Movimiento héroe en el Alto de los Leones; Maristany, Velarde, Purón, Villanova, Barrera, Redondo, García de Paredes, Marchelina, Sicre, Díez Conde, Ruiz, Benítez Tatay, Díaz Prieto... ¿a qué seguir?, y más de doscientos requetés preparados en Italia como capaces oficiales, de los que a su vez algunos seguían instruyendo a otros en Urbasa. Amplios cuadros de jefes y oficiales que demuestran que la Comunión Tradicionalista, entonces bajo la realeza del venerable octogenario y regencia de su sobrino, luego sucesor, don Javier; con mi jefatura asistidísima de valiosos colaboradores, tenia en 1936 una preparación capaz de levantar en armas a la nación oprimida.

-Aun contando con tal elemento humano, cabe la pregunta de que si ese movimiento carlista se promovería confiando en la improvisación, de que dan ejemplo la «alcaldada» de Móstoles o los primeros sublevados carlistas de la guerra de los Siete Años ...

-Es, sin duda, el punto álgido de ese momento en verdad histórico. Cuando un pueblo tiene que «echarse a la calle» para salvarse de opresores insoportables y tiránicos, podrá hacerlo con recta conciencia en función de la probabilidad de éxito, porque no le es lícito causar más daño que el que trata de evitar. Las mismas reglas de la legítima defensa. Y en aquella coyuntura, no nos era dable confiarnos en absoluto al Ejército, porque lo había descuartizado Azaña, estaba inficcionado de masonería y de sobra se podía calcular que había de haber Ejército en las dos orillas. Teníamos que correr ese evento, en la confianza que merecían unos generales y mucha oficialidad.

Pero el golpe de Estado constituía un interrogante que no podía contestar un proyecto técnico, un plan de campaña o unos presupuestos de ciencia militar.
En cambio, el proyecto -repito- de sublevación carlista, bajo Sanjurjo, Varela, Muslera, Villegas, etcétera, con los elementos aludidos, podía estudiarse.

Tales son los proyectos de sublevación redactados por el teniente coronel don Fidel de la Cuerda, por encargo de Sanjurjo, y del teniente coronel don Eduardo Baselga , por encargo de don Javier y mío, que prepararon separadamente y sin relacionarse. Yo los llevé a Lisboa al general Sanjurjo, al fracasar el plan de golpe de Estado del general Rodríguez del Barrio, en paso sensacional de la frontera por Fuentes de Oñoro, con Enrique Barrau.

Lo que cabe en mi profana mollera estratégica consistía, y todo mirando a los acuerdos con Italia y Portugal y a un eventual instigado alzamiento de la Caballería francesa contra el Frente Popular, en dos fuertes contingentes en Navarra y el Maestrazgo, conservando contacto con la frontera francesa y un puerto del Mediterráneo, o incomunicando a Cataluña, donde, en Barcelona, la U.M.E. nos inspiraba confianza de que se alzaría, aunque no lo hiciese el Ejército oficial. Marcha sobre Madrid. Y dos focos de guerrillas en la frontera portuguesa: uno en la Sierra de Aracena, estudiadísima y preparada por oficiales bajo la jefatura del comandante Redondo; y otro en la Sierra de Gata, que en principio aceptaba José Antonio con falangistas. En alijo de armas para este objetivo nos cogieron a dos requetés en Valverde del Fresno, que todavía estaban en la cárcel el 18 de julio.

MUERTE DE SANJURJO

-¿Hubo sabotaje en el suceso que costó la vida al general Sanjurjo?

-Don Quijote veía gigantes en los molinos, los carlistas vemos «marotos» en cualquier discrepancia enfurruñada, y lo español es ver sabotaje en todo suceso adverso. Será que se nos olvida que Dios es factor en la Historia. En el acto de conocer en San Juan de Luz la sublevación de África y recibir el aviso del general Mola de que yo me situara en Pamplona a la madrugada siguiente, (el príncipe Don Javier no la conocía todavía), se dio aviso al aviador Lacombe, piloto expertísimo, para el que teníamos contratado en Londres un avión bimotor de plena garantía. Como relata el libro «EI Requeté» de Redondo y Zavala, ese avión era el que había permitido a Lady Mollison el vuelo record Londres-El Cabo. Lacombe se encontró en Lisboa -aeródromo de Alberca- el 19, a las dos de la tarde.

Ese bimotor era distinto del que Luca de Tena y Bolín habían contratado para Franco. Juan Antonio Ansaldo, piloto competentísimo, militar laureado, monárquico entusiasta y amigo fraterna, estaba en San Juan de Luz pendiente de mí aviso para traerme a Pamplona. Yo no podía cruzar la frontera por puestos de policía. Lo hacía al amparo de curas trabucaires y contrabandistas providentes.
Tenía Ansaldo una pequeña avioneta a la que, para ampliación de su radio, le había acondicionado en un hueco, justo detrás de la cabeza del asiento -muy angosto- del observador, un depósito de cincuenta litros de esencia. Al despegar en el campo de avionetas civiles de Dax, tan pronto hubo luz del día, yo pude apreciar la poca potencia del motor porque luchó el aparato en su ascensión demasiado rápida por la escasa longitud del campo y la proximidad de unos álamos, y yo sentí como si el, aparato resbalara por la cola, hasta que pudo rectificar algo la empinada y superar las ramas débiles de los árboles, rozándolas con el tren de aterrizaje.

Rodeado por voluntarios carlistas alzados contra la República. Fal Conde (de pie, sonriente, con las manos sujetando en la espalda su gabardina, en la parta Izquierda de la foto para el lector) queda recogido en esta fotografía de la misma fecha del Alzamiento de 1936.

La consigna de Mola era que voláramos sobre Noaín, donde habría paja ardiendo para conocer la dirección del viento y, si habíamos de aterrizar, trece requetés se tirarían al suelo en hilera. Nos esperaba un piquete del Requeté con bandera. Esa fue la que se hizo poner en el balcón de la Diputación.

Ansaldo recogió de manos de Mola la contraseña «ad hoc», pero le encargué que se viniera con el general en el bimotor de Lacombe. Si éste puso dificultades para su aterrizaje en Gamonal –porque en Noain no tenía por qué-, yo no lo he comprobado. Pero el deseo de incontenible vehemencia de Juan Antonio de traerlo él y el revuelo que en Lisboa se había producido cerca del general por las noticias del alzamiento en España, hicieron que en vez de despegar de Alberca –aeródromo civil- o Santa Cruz -militar- tuvieran que hacerlo en el hipódromo de Cascaes. El «más difícil toda vía» explica el tristísimo y trascendental suceso, sin gigantes en lugar de molinos de viento.

-¿De haber vivido el general Sanjurjo, caudillo del alzamiento en sus inicios, estaría ahora en el trono de España un Rey carlista?

No es mi fuerte volver la vista atrás, escudriñar los supuestos contingentes de los actos humanos o mostrar preferencias entre unos hombres y otros. Creo en la Providencia de Dios y en el valor de las ideas y de las causas nobles.

Bien sabido es, y antes quedó implícito en algo que se consignó, que tuvimos que pactar con el general Mola. Políticos carlistas escépticos sobre nuestra capacidad de acción, desconocedores de la preparación que se llevaba y demasiado atentos a lo localista, se habían adherido a Mola sin condiciones; mejor dicho, con sólo la promesa de los Ayuntamientos. Pero nosotros sabíamos -ellos lo ignoraban de seguro-- que uno o dos generales republicanos imponían esta forma de gobierno, y cuando Mola me dio su escrito en los principios del Alzamiento, ausentes de sentido religioso. con separación de la Iglesia y del Estado, matrimonio civil, etcétera, hubo que imponer condiciones. En las discrepancias se acudió a Sanjurjo, llevando don Antonio Lizarza cartas para el ilustre desterrado, y regresó trayendo la suya a Mola, que está publicada ampliamente, y otra para mí, cuyos términos eran claros y precisos:

• Bandera bicolor.
• Gobierno de sentido apolítico de militares, asesorado por hombres eminentes.
• Revisión legislativa, especialmente en materia religiosa y social.
• Cese de las actividades de los partidos políticos para que el país se calmase.
• Estructuración del país, desechando el sistema liberal y parlamentario.
• Duración temporal del gabinete militar.

Con este programa, un general monárquico, hijo de comandante carlista -don Justo Sanjurjo-, muerto gloriosamente en la guerra de Carlos VII cerca de Estella y en Navarra enterrado, nieto y sobrino-nieto de los generales Sacanell, del cuarto militar de Carlos V, con este augusto señor exiliado y muertos allí en su pequeña corte de Trieste, donde en el cementerio de Santa Ana siguen sus restos con los de otros nobles, militares y servidores que no quisieron abandonar a los Reyes en su destierro; que había estado pronto a sublevarse como carlista -dijo en aquella cena histórica de Lisboa: «Vuelvo a ser lo que mi sangre carlista»-, ¿se hubiera afanado por poner en el trono a un Rey carlista?

Poco honor haría al glorioso general si contestara esa pregunta afirmativamente. Y poco honor haría al Rey carlista don Alfonso Carlos si le creyera capaz de dar a la nación esa sorpresa.
Don Alfonso Carlos había ordenado concurrir al Movimiento con el Ejército, sin aspiración partidista alguna: «Ante todo -dijo- debe salvarse la Religión y la Patria». Y Sanjurjo, en su autógrafo publicado, como apunte suyo íntimo, como resolución de un ánimo abnegado, consignó que se respetaría lo que conviniese a España y ella lo deseara.

Reyes de sorpresa, no. Reyes impuestos, tampoco. Reyes designados a dedo, jamás.
Del programa que se contiene en su carta, parece claro que hubiera sido posible una regencia para la reestructuración de la nación, en forma orgánica, que permitiera el sufragio verdaderamente representativo... Pero Dios escribe derecho con renglones torcidos.

La aportación de las tropas del Requeté fue fundamental para el triunfo del sector franquista contra el gobierno legítimamente[6] constituido de la República. Junto a estas líneas, el general Fidel Dávila revista en Santander a un grupo de dichas tropas.

EL DECRETO DE UNIFICACIÓN

-Don Manuel: Ramón Serrano Suñer efectuó públicamente unas declaraciones sobre la Unificación de los partidos políticos en virtud del célebre Decreto de 19 de abril de 1937. ¿Podría darme su opinión sobre ello? ¿Fue el Decreto de Unificación .desafortunada e inútil?

-Lejos de ser así, el Decreto de Unificación fue afortunadísimo y en extremo útil para el fin que paladinamente declara en su texto. Ni la más levísima lealtad del Partido Carlista justificaba la tabla rasa que se hacía de su estructura, ni servicio alguno singular de Falange fundamentaba su predominio y absorción de todos los cuadros políticos por sus mandos y autoridades.
Faltos los otros partidos políticos de razón de ser, interesaba unificar a los que hacían la guerra y tenían contenido político oportuno a las circunstancias. El mismo Serrano Suñer -«Entre Hendaya y Gibraltar»- dice que comprendía Franco la necesidad de un acto político que diese, además, situación y contenido a su jefatura, y termina: «Este acto fundacional había de ser una Unificación».

El 14 de abril, el embajador alemán en Salamanca, Von Faupel, informaba a su ministro del proyecto de Unificación política que le había anunciado Franco, y cómo él -Von Faupel- le había objetado que la jefatura política le restaría tiempo y atención para la guerra, a lo que el Generalísimo le había replicado que pondría una Junta de cuatro falangistas y dos requetés, porque la Falange sería el fundamento del partido único.

Requería, por lo mismo, la supresión de las jefaturas de los partidos que iban a unificarse. El mismo Faupel informaba del proyecto de Franco en el sentido de que, según sus manifestaciones, Hedilla, aun siendo completamente apto, no daba la talla del cargo, supuesta la valía de su antecesor, Primo de Rivera, por inteligencia y energía, porque aquél estaba rodeado de jóvenes ambiciosos que ejercían sobre él la influencia que debía haber tenido sobre ellos. Y en cuanto a los jefes de los partidos monárquicos, había sido atacado particularmente por mí, que había declarado a Mola el año último que los Requetés participarían en el Movimiento si obtenía la promesa firme de que la Monarquía sería restaurada; Mola había rechazado categóricamente.

Pese a su total colaboración con la causa derechista, Fal Conde, en el centro de la imagen, será expatriado el 8 de diciembre de 1936 con motivo de su decisión de crear una “Real Academia Militar Carlista”. Franco se valió de ello para tenerle alejado en Portugal durante más de seis meses

Yo mismo había tomado recientemente medidas con vistas a la restauración de la Monarquía que Franco consideraba contra él y su Gobierno. El había convocado a los más notables de los jefes de los Requetés, que no aprobaron mi conducta.

Seguía afirmando Faupel que el Generalísimo le había dicho que había creído necesario fusilarme «por crimen de alta traición», pero que se había abstenido por temor a que su gesto hiciera la peor impresión en los Requetés que estaban en el frente y se batían valientemente. Se limitó, pues a ordenarme que abandonara el país en 48 horas.

Este testimonio de Faupel - «Les Archives Secrètes de la Wilhelmstrasse». III. Paris, Librairie Plon»- de segunda mano, claro está, y con prisma extranjero, faltaba a la verdad en lo tocante a mis condiciones a Mola, como fueron la desaparición de los partidos, incluso los que colaborasen al alzamiento, la bandera española, con supresión de la cuestión de régimen, como don Alfonso Carlos de Borbón declaró en su Orden de concurrencia de los Requetés al Movimiento militar.
Tampoco es cierto que más recientemente hubiera yo tomado medidas con vistas a la restauración de la Monarquía, pues la causa del destierro fue haber titulado de Real la Academia de San Javier para oficiales del Requeté que, Mola primero y después Franco, habían aprobado, incluso destinando oficialmente para jefes de la misma al teniente coronel don Pedro Ortega, jefe de Estado Mayor de la defensa de Oviedo, y al comandante de Artillería, prestigioso profesor de la Academia de Segovia, don Hermenegildo Tomé.

La ruptura total entre Franco y Fal Conde le produjo como consecuencia del Decreto de Unificación de 1937, que el segundo no aceptaría por considerarlo lesivo para el carlismo. En ello. Fal sería apoyado por el propio Rey don Javier de Borbón Parma[7], con él en el grabado.

No doy crédito al general embajador alemán Faupel. Sí se lo doy a los hechos. Y hecho cierto es que esa orden de destierro se me dio el 20 de diciembre, y de esa misma fecha es el Decreto de Unificación de las milicias de Falange y Requeté.

Y hecho cierto es que a mí se me visitó en Lisboa por tres destacados falangistas, que luego supe no estaban aprobados por Hedilla, para negociar una unificación extraoficial. Muy difícil por la natural inconciliación de los idearios: totalitarios unos, y de libertades orgánicas nosotros, de jefatura autoritaria o de monarquía templada.

Y hecho cierto es que a segundas jerarquías carlistas, no precisamente jefes de Requetés sino retaguardistas, se les hicieron proposiciones que ellos creyeron y aceptaron, aunque después de ver en el Decret.o de Unificación el predominio de Falange y el programa declarado de los 26 puntos, volvieron a Franco a dolerse y quejarse, porque, eso sí, al carlismo -crédulo, quejumbroso- le han caracterizado la Lealtad y la claridad.

Y hecho doloroso es que se produjera la Unificación con tremendas tribulaciones para los valientes Requetés del frente y para los leales carlistas de la vida civil: Círculos, Prensa, Intendencia, recaudaciones, todo lo perdimos.

Las joyas procedentes de las Margaritas abnegadas, que no se resignaban a entregarlas, sirvieron para la obra, oculta, piadosa y caritativa, de la Cruzada de Oraciones que empezó aplicando 500 misas diarias, pero celebradas por sacerdotes verdaderamente menesterosos. Quedó en suspenso, pendiente de sentencia, el pleito histórico, no sólo dinástico sino de conceptos del poder y de las libertades. Y el nuevo binario, que no llegó a producir entre los dos partidos un solo conflicto, se resolvió del otro lado. Altas razones y hondas convicciones.

Una vez más, la Comunión Tradicionalista ofreció a España su silencio y su resignación.

En el Monasterio de Montserrat durante el mes de diciembre de 1951: a la derecha de don Javier de Barban Parma, Fal Conde; a su izquierda, el Abad Escarré. El grupo acompañante está compuesto por jefes del carlismo catalán.

RESCATE DE JOSE ANTONIO

-Pasemos ahora a otro tema poco divulgado, pero no por ello menos interesante. Me refiero a las negociaciones de rescate de José Antonio, en las que el historiador falangista García Venero le atribuye a usted una emotiva intervención. ¿Podría explicarme este asunto?

-Desconocía yo ese cúmulo meritísimo de gestiones y audaces empeños llevados a cabo por Hedilla, Aznar y otros, para liberar a su jefe. Yo sólo supe lo que me informó el general Queipo de Llano una mañana del 4 ó 5 de diciembre de 1936: «Dígame usted qué le parece si a Primo de Rivera se le rescata con fondos del Gobierno ».

Nada contesté. No podía comprender el general, ni yo le dejé traslucir, la hondísima huella que traía en el alma por la frustración del canje que la Junta de Navarra había preparado de cincuenta nacionalistas y rojos por Pradera, Beunza y Honorio Maura. La orden severísima de Mola de prohibir los canjes sin expresa autorización del Mando, motivó una paralización, ya en camino de la frontera los presos, que al suspenderse el cumplimiento -no señalo culpa de nadie, sino mala fortuna- nuestros queridos amigos fueron fusilados en Fuenterrabía.

Siguió el general su referencia y me dijo que le habían mandado en Salamanca dar un millón de pesetas para el rescate de José Antonio y, ya en Gibraltar el comisionado, lo habían rehusado indicando que habían dicho un millón de dólares.

Entendía el general que el Estado no debía dar esos fondos, porque eso significaría tanto como tener que entregarle el Gobierno tan pronto llegara a zona nacional. Yo no quería manifestarme, pero asentí a su afirmación de que sería mejor que los fondos salieran del partido, y sin decírselo, formé el propósito de buscar la mitad del precio que, agregaba el general, había quedado reducido a tres millones de pesetas y si Falange daba la otra mitad, se tenía asegurado el éxito. Aquella noche me visitaron Pemán, Luca de Tena y Pemartín. Me dijeron que una persona que ocultaba su nombre, pero merecedora de todo crédito, les había informado que se negociaba el rescate de José Antonio, que era favorecido por Prieto, pero previos acuerdos y compromisos que ellos no iban a creer, daban al asunto un interés o una preocupación grande.

Última fotografía que se conserva de Manuel Fal Conde en vida. Está tomada en su casa de  Sevilla y junto a él aparece su esposa. La entrevista de Josep Carles Clemente que publicamos, sería también la postrera realizada con el líder carlista.

Mientras tanto, los amigos de la Junta me habían llamado con urgencia. Yo acababa de regresar de Burgos. Al llegar reuní a la Junta, y Araúz de Robles informó de que Eugenio Montes le había dicho que había estado en París en la negociación de rescate de José Antonio, pero como quiera que andaba metida en ello la masonería y él había sido masón –dimitido por plancha de quite-, lo habían rehusado (Eugenio Montes había sido masón en Cádiz, desistido por su voluntad, lo que le honra). La intervención de Prieto en el asunto tendía a un condicionamiento programático que convendría conocer.

Me fui al general Dávila, presidente de la Junta de Burgos, y le hice el ofrecimiento del millón y medio. Pobre de voto solemne la Comunión, para ese ofrecimiento me valí del que yo tenia del conde de Rodríguez San Pedro para algún asunto o problema que a mi juicio necesitara su recurso económico. Previamente, por teléfono, le había pedido su conformidad.

Dávila estimó mucho el ofrecimiento. Franco lo alabó. Pero el glorioso líder de la bandera que se alza, en frase de Pradera, ya había sido inmolado. Quedaron en pie su bandera, su juventud y sus bríos indómitos, convertidos en un símbolo trepidante.

INTEGRISMO

-Le voy a hacer ahora una pregunta que quizá no sea cómodo para usted contestar. ¿Es cierto que fue usted integrista?

-Integrista, en el recto sentido de la auténtica integridad de ideas políticas -porque a lo religioso no voy a referirme--, fui y sigo siendo integrista-carlista; o, más claro: carlista íntegro. En el sentido que peyorativamente se tilda de integristas a quienes se quiere motejar de presuntuosos y jactanciosos de pureza política, no lo soy. Mas el nudo de la cuestión está en que integridad política no es únicamente la del ideario ortodoxo -aparte accidentales discrepancias de pensamiento- sino que, como esencia fundamental del credo carlista, nota inconfundible de su autenticidad y legitimidad histórica, está la fidelidad al principio Real a la Dinastía Legítima.

Fui, dije, integrista-carlista significando que cuando dí el primer paso en la acción política, concretamente en marzo de 1930, fue a consecuencia de la invitación de don Manuel Senante para suscribir el manifiesto integrista que se lanzaba en la ocasión sumamente crítica de la caída de la Dictadura -traspiés enorme de Alfonso XIII-, y accedí a condición de que nos uniéramos los poquísimos carlistas y los integristas que había en Sevilla, todos amigos míos y colaboradores en mis propagandas católicas y sociales.

Aceptada la condición, a los dos días nos reunimos siete personas -tres integristas, dos carlistas y dos nuevos, yo entre ellos. Al poco tiempo abrimos un centro en la calle de Cervantes, donde convocamos una asamblea de más de un centenar de representantes de las cuatro provincias en la que, planteada la cuestión dinástica, nos declaramos antidinásticos, menos dos jóvenes aristócratas que se retiraron. Todavía estaba en pie, siempre tambaleándose, la dinastía alfonsina. Se me nombró jefe regional de Andalucía Occidental, separadamente pero de acuerdo, por Olazábal, por los integristas y el marqués de Villores por don Jaime[8].

Al año de República, se realizó en España la unión oficial de los partidos. Es una página limpia para la historia política de España la carta de Olazábal al Rey, reintegrándose al tronco puro de la legitimidad monárquica la rama en hora infausta desgajada. Y fue en lo sucesivo «El Siglo« y fueron sus seguidores, ejemplos magníficos de lealtad. No hay integridad política en ninguna facción de ese carlismo mutilado y fraccionario que bulle y celebra asambleas superando las mutuas divergencias ideológicas ante el nexo común unitivo de la disidencia del Rey. Si es que lo negativo puede alguna vez ser nexo o vínculo de cosa alguna santa y noble.

LOS BORBÓN PARMA SON ESPAÑOLES

-Otro tema es el de la nacionalidad de la Familia Borbón Parma. ¿Qué opina usted sobre su reconocimiento?

-Líbreme Dios de pretender inquirir en el pensamiento de los alertados Ministros de Franco que guardan tan impenetrable silencio ante las instancias y peticiones. Es un caso de sordera política. El carlismo está cercado por el silencio. Su voz predica en el desierto. Oí decir al conde de Romanones, ya en sus últimos años: «Estoy muy sordo. Ya no oigo ni cuando quiero». Había que gritarle. A los Ministros no se les puede gritar, porque no quieren oír. Pero es justo dar por reconocido lo que sin reconocimiento es una patente realidad.

El órgano del juanismo, en un número extraordinario de hace algún tiempo, traía el árbol genealógico de la Casa de Felipe V, en la que “ABC” incluía a don Javier y a don Carlos Hugo. La Casa Española de Borbón. ¿Qué mayor incardinación a la nacionalidad? Una es la vinculación a la nacionalidad que las leyes, desde el inicio de la legislación liberal- 1812 y Constituciones del XIX-, han requerido para la condición de súbditos de Su Majestad -«en los dos hemisferios », se decía- que la que implica con lazos de genealogía regia, íntima coherencia familiar, esa inconfundible piedra angular de la Monarquía que se llama Familia Real, Casa de España.

Antes de que la revolución señoreada de España abortara toda esa legislación de concepciones republicanas de la Corona, ya la rama de Parma jamás separada de la Casa Española de Borbón, tenía adquiridos y noblemente conservados los derechos de la nacionalidad española. Ni siquiera afectada por las consecuencias de la sucesión litigiosa de Carlos IV. Sino que ha guardado la savia del tronco. Ya que la dilación ha permitido la diversidad de representantes dinásticos, se podrá opinar entre la línea continuadora de la de los tristes destinos, la tradicional y legítima de nuestras glorias, o si vale la pena estrenar Familia Real satisfaciendo el placer de lo nuevo. Pero de la nacionalidad española de don Javier no cabe duda alguna.●

Funeral por Fal Conde en la Iglesia de Santa Bárbara el 23 de mayo de 1975. En los bancos, los exministros franquistas Raimundo Fernández Cuesta y Antonio María de Oriol y Urquijo. También se hallan Zamanillo, Bárcena y otros hombres del carlismo integrista.[9]


[1] Fal Conde, nunca llegó a utilizar esta denominación, sino secretario general de la Comunión Tradicionalista como nombra Alfonso Carlos I el 2 de mayo de 1934. Así en esos años, Alfonso Carlos escribirá: Pero como la Comunión unas veces fue llamada Carlista, otra Jaimista, según su Caudillo, dispuse que el nombre oficial fuese el de Comunión Tradicionalista, como definición de los principios que hemos venido sustentando desde hace un siglo. La referencia a la Comunión como Partido Carlista es correcta, a si mismo, debe aceptarse la denominación de Comunión Tradicionalista, Comunión Tradicionalista Carlista o Comunión Católico Monárquica. Sobra decir que el término Comunión no se refiere a la Comunión Eucarística sino a la Comunión de ideas. Así don Manuel en carta a Luis García lo explicaría: esa comunidad de fidelidad a la dinastía legítima y esa consiguiente comunidad en los principios, se llamó, mejor dicho se definió con su nombre propio de comunión.

[2] Tiempo de historia. Año IV, n. 39 (1 feb. 1978),p. 13-23

[3] Historiador, interpretó el carlismo desde el socialismo huguista. Para ello, ideó la siguiente teoría: dentro del carlismo han confluido tres ramas: integristas, tradicionalistas y carlistas. Los dos primeros se habrían apoderado del carlismo sepultando su fuerza revolucionaria. De tal manera, procedió a mutilar el Tetralema pues Dios y la Patria serían elementos integristas. Verdaderamente, un revisionismo; en opinión de Martin Blinkhorn (Triunfo. Año XXXII, n. 762 (3 sep. 1977), p. 34-35): La interpretación no me parece enteramente correcta o válida, ni tampoco necesaria desde el punto de vista de la política. Si el carlismo ha sido un movimiento de derechas y ahora lo es de izquierda, lo mejor es ser totalmente veraz al tratar lo que ha pasado.
Como breve resumen de la interpretación de Clemente, consultar: Tiempo de historia. Año IV, n. 41 (1 abr. 1978), p. 118-124.

[4] Esto no es del todo cierto. El siete de octubre de 1958 se operó a Fal Conde de la laringe. Tres años después de su cese. El cese se produciría el 10 de agosto, tras entrevistarse Don Javier con Iturmendi. Tras su cesión, el 16 de agosto, Don Manuel mandaría una carta a todos los Jefes regionales y Consejeros nacionales recomendando obediencia ciega al rey y unión entre todos los carlistas. La destitución aparece narrada de forma muy dura en Franquista equivocado, anticarlista censurable: Don Laureano López Rodó de Tomás Echevarría.

[5] Resaltar la ausencia de Franco, que se uniría al Alzamiento tras comprobar su relativo éxito.

[6] Desde la teoría tradicionalista, la República sería ilegítima. Tanto de origen, como de ejercicio. Pero desde el punto de vista positivista, habría dudas: las elecciones municipales convertidas en plebiscito de la Monarquía liberal, el areópago reunido en el Pacto de San Sebastián o el intento de golpe de Estado de Galán y Hernández.

[7] Estrictamente, el Rey don Javier de Borbón. Citamos a Fernando Polo en « ¿Quién es el rey?»: En el orden sucesorio actual debe desterrarse la expresión rama de Borbón de Parma, puesto que esta rama deja de ser de Parma desde el momento en que sus príncipes pasan a ser la primera rama de la Casa Real española y de toda la Real Casa de Borbón o de Francia, aun cuando el primogénito consérvase vinculados a su persona y descendencia los derechos al Reino de Nápoles y al Ducado de Parma.

[8] El retorno de los integristas al seno de la Comunión no se produce con Alfonso Carlos, sino con Jaime III. Don Jaime aceptará esta vuelta con gran alegría. Al contrario de lo dicho por algunos historiadores, Jaime III tenía la misma predisposición que Alfonso Carlos con los integristas.

[9] Destaca la ausencia del “Partido Carlista” en los funerales del prócer, o por lo menos, así aparece en la prensa. No debe sorprender, pues al mismo Fal Conde, la revista Montejurra rechazaría sus escritos por estimar que no estaba en la línea de la nueva ortodoxia del Partido. O su disconformidad en el Quintillo del 72. Si acudió a la capilla ardiente, Don Sixto de Borbón.