domingo, 16 de septiembre de 2012

Las Memorias de Alfonso Carlos: Viernes 16 de septiembre de 1870.


VIERNES 16 DE SEPTIEMBRE DE 1870

Villa Médici
Poco después de media noche salió un poco de luna, lo cual nos vino muy bien, para ver lo que pasaba delante de nosotros. Ya estábamos dispuestos a pasar toda la noche sobre el Puente Molle, cuando vino un dragón a anunciarnos que nos iban a relevar. Efectivamente, a la una y media de la mañana llegó la cuarta Compañía del primer Batallón, con el Capitán Desclée y el Teniente Mauduit, para relevarnos. Esta Compañía, que fue una de las que se salvaron con la retirada de Charette, perdió veinte hombres y el Subteniente, prisionero en Bagnorea, y así ya estaba reducida a unos setenta hombres apenas. En cuanto llegó esta Compañía, mi Capitán hizo reunir  la suya y marchamos a Roma, llevando entre las dos secciones los espías cogidos.

Llegando a Puerta del Pópolo entregamos los dos espías a otras tropas, de los que no supimos nada más; subimos a Villa Médici, cerca del Pincio, donde habíamos dejado nuestras mochilas y capotes la víspera por la mañana. Los soldados hallaron por toda comida una sopa, que los esperaba desde diez horas y que ya estaba más que fría. La tomaron muy bien, y enseguida se acostaron en la entrada de la Academia de Francia (Villa Médici), sobre un poco de paja, donde ya había otros zuavos. En esta Villa estaban el Coronel Allet, el Comandante Troussures y el Comandante Lambilly, y desde allí el Coronel Allet mandaba las Compañías que estaban en su zona militar. Como tenía hambre, y a esa hora no sabía donde ir a comer, aproveché del convite de un ataché de la Embajada francesa, M. d´ Emoy, y juntamente con el Capitán y el Teniente fui a comer a su casa, allí cerca. Aunque era una hora muy intempestiva (cerca de las tres de la mañana), el buen señor nos dio excelente comida. Enseguida volvimos a subir hasta la Academia de Francia, y las pobres rodillas, que no habían gozado con la comida, como el estómago, se quejaban del peso que llevaban.

En fin: llegamos arriba y con mucho trabajo encontré un puesto que estuviese libre: me eché sobre la paja y, abrigándome con mi capote, enseguida me dormí. Me desperté cuando ya era completamente de día, y sufrí bastante frío, pues llevaba poco abrigo durante la noche. Vi a nuestro querido Coronel Allet, que me dijo que no había nada de nuevo por ese día. Por lo mismo, en cuanto tuvimos comida la sopa, a las nueve, el Coronel dio orden para que la sexta del segundo fuese a su cuartel para limpiarse y descansar un poco, pues había venido allí, en lugar suyo, otra Compañía. Recibimos esta noticia con mucho disgusto, y los mismos soldados decían: “El cuartel es una prisión.” Y especialmente temíamos que, una vez en el cuartel, no seríamos ya de los primeros en batirnos. Y además, estábamos ya acostumbrados a vivir al aire libre y nos gustaba mucho.

Hube de obedecer, y las nueve y media, atravesando por la Plaza de España, el Corso y Ripetta, llegamos a nuestro cuartel de San Agustín, que habíamos dejado en la noche desde el 13 al 14.

Marqués de Villadarias
Pasando por las calles vimos que casi cada casa llevaba su bandera, y todo esto por miedo del bombardeo o de un saqueo. En el cuartel se mandó que todos quedaran consignados y que nadie pudiera salir. Además, un Oficial debía quedar, a lo menos, siempre en el cuartel. Como yo estaba de semana quedé en el cuartel. Entretanto los soldados se lavaron, mudaron de ropa y se arreglaron un poco. Yo me hice traer un almuerzo allí. El Marqués de Villadarias vino a visitarme en el cuartel, y también Manuel Echarri, que me trajo cosas que necesitaba. A las cuatro y media de la tarde vino al cuartel el Teniente Derely, y yo marché a mi casa, al número 300 al Corso, con mucho gusto. Allí me lavé y limpié, después de muchos días que no tocaba el agua, y me pareció renacer y quedar como si no hubiese hecho nada hasta entonces.


A las cinco comí en casa con mucho gusto, y a las siete volví otra vez al cuartel. Entonces se marchó el Teniente. Por la noche, en el cuartel, los zuavos, casi todos holandeses, iluminaron un altarito delante de la Virgen, y hasta las diez no hicieron más que cantar.  Después me puse yo sobre una cama para descansar; pero las muchas pulgas que había en el cuartel no me dejaban dormir, a pesar del sueño que tenía, y ya echaba de menos la cama del Puente Molle, sobre las piedras, y por cabecera, la acera del puente. Pero a las once y media el buen Teniente Derely vino al cuartel y dijo que iba a dormir allí y que yo me fuese cómodamente a mi casa, dejando a mi asistente Sánchez en el cuartel, con orden de llamarme si ocurría algo.

En las calles no había nadie, y la ciudad estaba tan tranquila como siempre. En la plaza Colonna estaban acampadas dos compañías de zuavos y bastante artillería. Fui a casa, la que encontré cerrada; me abrieron y subí a mi cuarto, en donde estaba Manuel; me acosté en mi buena cama, lo cual me pareció delicioso, y dormí perfectamente.

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