viernes, 14 de septiembre de 2012

Las Memorias de Alfonso Carlos: Miércoles 14 de septiembre de 1870.


MIERCOLES 14 DE SEPTIEMBRE DE 1870

A  las doce y media de la noche ya estaba yo en pie, tomé mi revólver, mi manta y mis cositas, me despedí del buen Manuel Echarri, que estaba triste mientras yo estaba muy alegre, y marché al cuartel de San Agustín. A la una y cuarto de la mañana se tocó el “rappel sac au dos”, y a la una y media, el “rappel” en el patio del cuartel.

En las caras de todos los soldados se veía la alegría. Todos llevaban la mochila, con capote, manta y tienda de campaña, bidones y 100 cartuchos por cada hombre. Teníamos allí 40 filas, es decir, 80 hombres y cuatro clarines. A la una y tres cuartos llegaron al cuartel el Capitán Gastebois y el Teniente Derely. El Capitán hizo un pequeño discurso, recomendando mucha obediencia a sus órdenes, mucho silencio durante la marcha y mucho ánimo, el que no nos hacía falta, a Dios gracias. Enseguida salimos del cuartel de San Agustín por el flanco, como siempre.

Puerta del Pópolo
A la Puerta del Pópolo esperamos algunos minutos para que nos dejasen salir. Allí estaba la tercera Compañía del tercer Batallón (donde yo había servido como soldado el año 1868). Supimos también que a la misma hora, por Puerta Angélica había salido la sexta Compañía del tercero de Zuavos (Capitán de Fabry), para ir al encuentro de los italianos por el Monte Mario. Salimos de Puerta del Pópolo en buen orden la sexta del segundo. La otra Compañía quedaba para defender la puerta. A las dos y tres cuartos de la mañana ya estábamos delante de la venta del Puerto Molle, al otro lado del Tíber. El Capitán envió enseguida al Teniente Derely con los 25 primeros hombres de la Compañía y un clarín, por el camino de Viterbo, y a mí (que era subteniente) me envío por el camino de Civitá Castellana con los siguientes 25 hombres (de los que doce eran españoles).

 El Capitán se quedó allí, cerca del puente, con lo restante de la Compañía. A cada uno de nosotros nos mandó marchar adelante por espacio de un cuarto de hora o poco más, y hallando un buen punto para dominar los caminos, debíamos pararnos, quedar allí en atención, como puestos avanzados, y en cuanto viésemos legar a las tropas italianas debíamos retirarnos al puente, sin tirar ni un tiro. Nos dio a cada uno de los oficiales un dragón a caballo para que después de parados se lo enviásemos a él para darle cuenta de lo que hubiésemos hecho y visto.

Yo marche al  momento con 25 hombres, el sargento Blevenac y el sargento Boissoreil. La noche era bastante oscura, y como yo casi no conocía ese camino me estaba siempre con un poco de cuidado. El camino era bastante accidentado, y en varios puntos encerrado por los lados, de modo que se veía muy poco adelante. Pasé a los diez minutos delante de un caminito que venía desde el camino de Viterbo, según  parecía, y como sospeché que sería peligroso, dejé allí al cabo Hofmann, con seis hombres para que lo vigilase y guardase. Seguí adelante con los demás zuavos pero nunca se llegaba a un punto de donde se dominase el camino, y como yo me hallaba ya demasiado lejos del Capitán  y en caso de apuro era fácil rodearme y cogerme prisionero, anduve pocos minutos más, y luego me paré.

Envié adelante al dragón a caballo para ver dónde concluía la subida del camino. Éste fue al galope y volvió diciendo que todavía había mucho que andar; por lo cual, para seguir las órdenes recibidas, volví atrás unos cuantos minutos, y reuniéndome a los seis hombres que había dejado atrás, me paré. Puse un centinela avanzado sobre la carretera, a unos cien pasos, y luego, subiendo una pequeña altura al lado del camino, coloqué dos centinelas allí arriba con orden de mirar atentamente el camino y avisarle por cualquier cosa que viesen. Envié luego el dragón al Capitán para decirle que no había nada de nuevo y que ya había encontrado un punto para pararme.

El Teniente había andado un poco más que yo sobre el camino de Viterbo, pero yo no sabía dónde estaba, pues los dos caminos estaban muy separados el uno del otro. Por buena dicha teníamos un poco de luna, de manera que se veía algo delante de nosotros. Los demás soldados se echaron en el suelo para descansar, pues las mochilas les pesaban bastante. Yo no paré ni un momento, pues de noche y sin conocer el terreno ni los movimientos de los italianos, no quedaba tranquilo. Todos los que pasaban por el camino los paraba y les hacía preguntas, pero los más venían de cerca. Después, a cada momento, subía yo sobre la altura para dominar la carretera. También había trabajo para impedir que los soldados durmiesen y no hablasen, pues debíamos escuchar atentamente todo ruido, y varias veces me puse al suelo para oír mejor.

Mucho gusto me dio cuando, a las cinco y media, vimos el principio de la aurora. Sin embargo, entonces empezó a hacer bastante frío y una humedad terrible. Nos decidimos a cortar ramas y hacer un buen fuego, y allí al lado estuvimos todos muy agradablemente. Los soldados no podían ponerse el capote, pues había que tener las mochilas hechas. Sin embargo, viendo que no había nada nuevo, les permití quitárselas. Siempre quedaban tres zuavos de centinela, adelantados, como dije antes.

Entonces encontramos un buen aldeano que nos trajo uvas, que comimos con gusto, juntamente con un poco de pan que teníamos en nuestros bolsillos. A las seis llegó un zuavo de los que estaban con el Capitán y nos trajo café para todos, que habían hecho en la venta de Puente Molle. Lo tomamos con gusto; luego oyeron un par de tiros que nos llamaron la atención, pues venían de la parte donde estaba el Teniente. Y yo tenía orden de replegarme adonde estaba el Capitán si oía un tiro en la dirección donde había ido el Teniente. Sin embargo, como no oí nada más, quedé allí y sólo envié al sargento Boissoreil con el zuavo Zimmermann, adonde estaba el Capitán. Después de algún tiempo volvió el sargento diciendo que no había nada, que todo estaba tranquilo y que quedase donde estaba. Entonces, con un poco de trabajo, logré poner un centinela en un punto elevado, desde donde podía ver el camino nuestro y al mismo tiempo oír si el Teniente disparaba un tiro. Ahí quedamos tranquilamente hasta las ocho y  media, y creíamos ya tener que quedar allá todo el día, cuando vimos llegar a un dragón a todo escape, el cual apenas se paró un momento para decirnos que ya estaban allí cerca las tropas italianas y que apenas tendríamos tiempo para replegarnos.

Puente Molle
Entonces yo hice bajar y reunir los centinelas, tomamos las mochilas y a paso ligero volvimos al Puente Molle para cumplir con las órdenes recibidas. Llegamos allá bastante cansados. Pocos minutos después llegó el Teniente con sus hombres, también cansados, y dijo que se veían ya las tropas italianas. Desgraciadamente ya estaba cociendo la carne para la sopa y tuvimos que tirarlo todo al aire para recoger los bidones. El Capitán tomó el mando de la Compañía y pasamos el Puente Molle, al lado izquierdo del Tíber. Allí nos paramos, y como se creía que el enemigo llegaría de un momento a otro por el camino de Viterbo y de sorpresa, pues la venta cubría el camino, el Capitán hizo poner una media sección sobre el mismo puente, con bayonetas al cañón, bajo las órdenes del sargento mayor de Kersabieck. Lo restante de la Compañía quedó detrás del puente, como de reserva.

En este tiempo el Capitán quería hacer saltar el puente, pues así le habían mandado la víspera; pero se habían olvidado de minar el puente, de suerte que nosotros hubiéramos debido hacerle saltar con fósforos, lo cual no era factible, como puede comprenderse. El sargento mayor Kersabieck y la media sección se condujeron admirablemente, con una serenidad inmensa y mucho valor, pues allí estaban seguros de morir todos si venían a ser atacados. En las primeras filas se encontraban muchos españoles y se condujeron muy bien. El primer rango tenía rodilla en tierra, el otro estaba de pie. El Capitán, el Teniente y yo íbamos de cuando en cuando sobre el puente para examinar la carretera, y aseguro que necesitaba valor para quedar parado allí. El Capitán de Gastebois había escrito un billetito, y lo había enviado a Roma por medio de un dragón, para pedir que le diesen órdenes fijas para defender el puente hasta lo último o para replegarse a Roma.

A las nueve y media nada había llegado todavía, y el Capitán y todos nosotros, viendo que nos olvidaban, empezamos a perder la paciencia. Nuestra posición era muy peligrosa, pues en caso de que nos atacasen no teníamos más retirada que la carretera que va de Puente Molle a Porta del Pópolo, entre dos murallas y toda derecha, y si los italianos ponían un cañón al otro lado del puente destruirían muy fácilmente nuestra Compañía, sin que los artilleros pontificios pudiesen hacer fuego desde Puerta del Pópolo por causa nuestra. Este camino tenía cerca de tres cuartos  de hora de largo, a pie. A las diez, viendo el Capitán que no le enviaban ninguna orden y juzgando imposible e inútil ya el defender un puente como ése, hizo reunir toda la Compañía y marcharnos hacia Roma por medias secciones en columna, con bayonetas al cañón,  para poder, en caso de que la Caballería nos atacase, hacer media vuelta, parándonos, y resistir fuertemente.

El Capitán estaba muy disgustado de no recibir órdenes y se puso sentado en el suelo, dejándonos retirar a nosotros, de modo que ya apenas le veíamos. Entonces vimos de lejos mucho polvo, y creyendo que fuese Caballería enemiga, ya temimos que el Capitán fuese prisionero; pero, el pobre, corriendo y cansándose mucho, logró alcanzar la Compañía nuestra, que estaba parada para aguardarlo. En lugar de enemigos eran dragones que venían desde el puente Molle, y nos dijeron que los italianos venían con artillería para hacer fuego.

Osteria di Papa Giulio
Entonces nos dividimos a los dos lados del camino, marchando uno detrás de otro, para dejar el camino libre a las balas. Fuimos marchando así hasta unos 200 metros de la Puerta del Pópolo. Los soldados, tan cargados como estaban y cansados por la marcha de la noche, no podían casi seguir. Sin embargo, el Capitán se arrepintió de lo que había hecho y mando hacer media vuelta y marchar otra vez hacia el enemigo. Llegamos así hasta la mitad del camino, cerca de la Osteria di Papa Giulio, de donde va un pequeño camino hasta La Fontana dell´ Acqua Accelosa. Allí no había nada para comer y los soldados tenían hambre. Quedamos esperando un ataque de un minuto a otro; pero los soldados estaban cansados, que poco hubieran podido defenderse ya. Los pobres habían tenido trabajos muy fuertes desde unos cuantos días y ya iban muchas noches que casi no podían dormir.

A las once vino allí, en coche, Mgneur. Daniel (capellán mayor) para vernos. Nos dijo que Charette estaba salvo, pues había telegrafiado por la mañana, muy temprano, desde Civitá Vecchia, adonde había llegado sin perder un solo hombre, a pesar de ser perseguido todo el tiempo por numerosísimas fuerzas italianas, y esperaba legar cuanto antes a Roma por ferrocarril. Esta noticia nos animó muchísimo, pues ya creíamos a Charette y sus zuavos prisioneros, suponiendo que aquél viniese desde Vetralla a Baccano para tomar el camino de Roma a Viterbo, y nosotros ya sabíamos que los italianos acababan de llegar a ese mismo camino. El capellán volvió a marchar a Roma. A cada momento llegaba un dragón y nos daba otras noticias, que generalmente no eran exactas. Algunos lanceros italianos habían pasado el puente, y viendo que no había nada habían vuelto otra vez atrás.

Quedamos así, siempre andando arriba y abajo por el camino, sin saber nada hasta las doce y media (después de medianoche). Entonces llegó para relevarnos la tercera Compañía del tercer Batallón (Cap. Du Reau, francés; Subteniente Taillefer, canadiense; Subten. Tucimei, napolitano). Quedamos juntos allí, pues creíamos ser atacados por los dos caminos: el del puente Molle y el Acqua Accetosa; pero viendo que nadie llegaba, nos marchamos, y a la una y media entramos en Roma por Puerta del Pópolo. Allí formamos los pabellones y nos pusimos a descansar. Nos alcanzaron allí unos diez zuavos de nuestra Compañía, que habían quedado la víspera de guardia, sin haberlos podido relevar; con ellos llegó el cabo Monginoux y el zuavo Hendrix, que salió del hospital para alcanzar a su Compañía sin estar todavía curado del todo. El zuavo español Ortiz, de mi Compañía, por el cansancio, cayó enfermo bastante gravemente y fue preciso enviarle luego al hospital.

Allí, en la plaza del Pópolo, nos acostamos sobre las piedras y descansamos muy bien. La plaza no se reconocía; estaba llena de piezas de artillería y furgones militares y había centinelas en las embocaduras de las calles de Ripetta, del Corso y de Vía Babuino, para impedir a la gente pasar adelante. Todas las tiendas de Roma quedaron cerradas ese día, pues se creía sucedería algo fuerte. A las dos de la tarde, la Cuarta Compañía del tercer Batallón (Cap. Du Bourg, Subten. Pavy, Subten. Bouden), que estaba de guardia en Puerta del Pópolo, recibió la orden de salir para proteger a la Compañía de Mr. Du Reau. Entonces yo quedé de guardia a la puerta con treinta y cinco hombres, en lugar del Subteniente Boulen, y el Teniente fue de guardia allí al lado, con otros treinta y cinco, al Abatoire, donde habían hecho una barricada al lado del Tíber. Los soldados comieron un poco de carne fría, y nosotros, los Oficiales, nos hicimos traer alguna comida. Siempre estábamos con el anteojo para ver desde lejos las dos Compañías de Zuavos, que creíamos se batirían de un momento a otro.

Ningún paisano ni militar podía entrar ni salir por la puerta, aunque llevase permiso escrito; ésa era la consigna que me dieron. Había dos piezas de artillería detrás del terraplén, delante de la puerta, que estaba abierta, y contra el terraplén, cubierto de sacos con tierra, estaban siempre unos quince zuavos, pronto a hacer fuego. Allí supe que, por la mañana, la sexta Compañía del tercer Batallón (Cap. De Fabry, Ten. Du Ribert y Subteniente Gasconi), que estaba de avanzada en el monte Mario, había visto las tropas italianas. La vanguardia de esta Compañía, que consistía en un sargento (inglés) y ocho zuavos, fue atacada por un regimiento de Lanceros italianos. El sargento se defendió con mucho valor, causó muchas pérdidas a los Lanceros, pero recibió dos heridas él mismo, y otros tres o cuatro zuavos fueron heridos y uno muerto; tuvieron que quedar prisioneros. Después supimos que había muerto el sargento a causa de las heridas. La Compañía también disparó algunos tiros y un Capitán italiano quedó muerto. Pero después, la misma sexta Compañía del tercer Batallón tuvo que retirarse por Puerta Angélica a la Plaza de San Pedro donde estaba destinada.

A las tres de la tarde tuve el gusto de ver llegar en un coche, con M. Kanzler, al Teniente Coronel Charette, que, después de una magnífica y brillante retirada, había llegado a Roma a la una. Los italianos le habían perseguido hasta Vetralla, adonde llegó Charette por la noche. Los italianos le rodearon en ese pueblo, creyendo que dormiría allí, y hasta hicieron publicar en los diarios italianos que Charette, con toda su gente, estaban prisioneros suyos. Pero Charette fue más listo que ellos, y en lugar de irse por la carretera, como ellos creían, tomó pequeños caminos de campo y hasta veredas por medio de las montañas, de modo que los mismos zuavos tuvieron que llevar a veces a hombros los dos cañones, para subirlos por puntos muy montañosos, y así también para llevar la ametralladora, habiéndose roto una rueda de ésta. Pero llegó, por fin, feliz y gloriosamente a Civitá Vecchia. Y tomando un tren especial, aunque le dijesen que era muy peligroso volver a Roma porque los italianos por varios puntos venían para cortar el ferrocarril, él no tuvo miedo, se marchó y llegó felizmente a Roma, enteramente negro, pues quiso hacer todo el viaje de pie, sobre la locomotora, para dominar el camino, y en su caso, hacer parar el tren y defenderse contra las tropas que pudiesen atacarle. Como no había puesto en el tren, así dejó Civitá Vecchia el pelotón de Dragones a caballo y las dos piezas de artillería, que eran las mejores. La ametralladora llegó a Roma.

La Compañía de Valentano (con el Cap. Kermoal, Ten. Van der Straten y Subten. Artz), no pudiendo alcanzar a Charette, sin mochilas ni estorbos, vino directamente a Civitá Vecchia por las montañas, y llegó pocas horas después de la marcha de Charette; pero esta Compañía ya no pudo volver a Roma, pues los italianos ocuparon el ferrocarril. Este mismo Capitán había enviado todas las mochilas directamente a Civitá Vecchia, sin escolta, por medio de un aldeano, en un carro cubierto de paja, y el buen hombre le entregó todo en dicha población, con mucha exactitud. Nosotros felicitamos muchísimo a Charette por su dichosa llegada a Roma, y en seguida de examinar los trabajos de la Puerta se marchó el Teniente coronel, pues estaba cansadísimo. Con la llegada de Charette teníamos ya 700 zuavos más en Roma, lo cual nos alegró mucho.

Villa Ludovisi
Luego hubo que poner de guardia a nuestro sargento Bossonil con 15 hombres a mitad de la subida del Pincio. A las cuatro y media de la tarde el Capitán Gastebois tuvo que marchar con la mitad de la Compañía a la Villa Ludovisi, donde debía pasar la noche sobre paja. El Teniente y yo quedamos allí con orden de alcanzar al Capitán con la otra mitad de la Compañía en cuanto llegasen las dos Compañías de Zuavos que estaban en el puente Molle. A las cinco los soldados lograron comer una sopa y se envió una parte a la otra mitad de la Compañía en la Villa Ludovisi. Yo tomé un pedazo de carne mala en la cantina de la caserna de gendarmes, allí al lado. Por la noche, a las ocho, el Teniente marchó a comer a la ciudad y me encargó a mí llevar la media Compañía a Villa Ludovisi. A las nueve y media de la noche la cuarta Compañía del tercer Batallón volvió desde puente Molle. Entonces me relevó, yo pasé la consigna de la Puerta del Pópolo al Subteniente Boulen, reuní los hombres de mi Compañía y marché, atravesando la plaza Barberini y la ciudad, a la Villa Ludovisi. Fue mucha casualidad el acertar yo el camino, pues nunca había sabido dónde estaba la Villa. Sin embargo, llegué felizmente a la Puerta y allí me alcanzó el Teniente Derely; entramos juntos en aquel inmenso jardín.

La noche era muy oscura y empezaba a llover un poquito. Atravesamos gran parte del jardín por caminos desconocidos y oscuros; por último llegamos a una especie de casa o salón lleno de paja, en donde hallé a nuestro Capitán Gastebois con lo restante de la Compañía. Como llovía un poco hicimos entrar allí a todos nuestros hombres, aunque algo apretados, cada uno con su fusil y mochila, para pasar la noche. Dejamos unos veinte hombres con dos cabos y un sargento de guardia contra las murallas de la ciudad, pues la Villa Ludovisi, que ocupa muchísimo terreno, desde más allá de la antigua Puerta Pinciana hasta la Puerta Salara, está junto a las murallas de Roma. A las diez y media nos echamos sobre la paja; los Oficiales juntos en un rincón, y como si fuese la mejor cama del mundo, nos dormimos a los pocos minutos.

Pero a las once y media me desperté al ruido de unos clarines, que parecían los de Puerta Pía, y que tocaban “De bout”, y luego “Garde a Vous”. Yo desperté al Capitán, que oyó la misma cosa, y mandó levantarse a toda la Compañía. Con mucho trabajo llegamos a despertar a los zuavos, ya cansados, y formamos la Compañía sobre dos rangos para estar prontos a marchar. Enviamos al cabo Almela, sobrino de Aparisi y Guijarro, valenciano, con el americano Torral y otros tres zuavos, a la entrada del jardín para que quedasen allí toda la noche, y el Teniente se paseó por el inmenso jardín, al lado de las murallas, para ver si oía o descubría algo. En el jardín había muchos obreros con hachas encendidas que estaban haciendo un largo foso y un terraplén detrás de las murallas, que eran tan débiles que hubieran caído a los primeros cañonazos. Luego volvió el Teniente diciendo que nada había y que en Puerta Pía todo estaba tranquilo. La noche era muy oscura y nosotros no conocíamos nada de todo aquel terreno, de modo que hubiera sido muy fastidioso tener que hacer algo así, a ciegas…

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