domingo, 23 de noviembre de 2014

Dos testimonios de Don Sixto Enrique en la Legión




En 1965, S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón se alistó en el banderín de enganche de la Legión española, bajo el nombre de Enrique Aranjuez, y fue destinado al Tercio Gran Capitán, I de la Legión, en Melilla. La Familia Real se había destacado en estos años por un increíble activismo en acciones humanitarias. Para la familia rival el listón era demasiado alto: la Infanta María Francisca había servido en la Cruz Roja en auxilio de los húngaros durante la represión soviética de 1956; la entonces infanta María de las Nieves había realizado el Servicio Social en el Castillo de la Mota en Medina del Campo, y la entonces también infanta Cecilia se había volcado en intentar paliar el desastre humanitario de Biafra.

María Teresa, al igual que Carlos Hugo y María Cecilia también pasó por Valladolid.
Don Sixto Enrique visitaría nuestra ciudad invitado por el Jefe de las Juventudes Tradicionalistas: José Millaruelo. En la imagen, autógrafo de María Teresa en una invitación.

De un Información Mensual procede este testimonio de un carlista valenciano: «Soy agente comercial. Lo que voy a relatar me ocurrió hace ocho días en un tren. Trayecto Santander-Barcelona. En mi departamento iba un legionario del Tercio Gran Capitán, I de la Legión, de Melilla. Como es natural, le pregunté por Enrique Aranjuez. Me contestó con sencillez: Es un Infante español. Un tío estupendo. Come con nosotros y fuma Celtas. Es muy amigo mío y un gran compañero. A pesar de las injurias que ha recibido, por personas ajenas a la Legión, quiere seguir con nosotros como un legionario más. Es un jabato que está al pie del cañón. Y ahora sirve en la 2ª Bandera del Tercio».


Otro testimonio fue el de Arturo Juncosa Carbonell, jesuita, que ingresó en la Compañía de Jesús en 1946 y que en ese momento dirigía la editorial Librería Religiosa. A pesar de sus pretensiones posteriores, nunca llegó a ser capellán real aunque confesaba en ocasiones a Don Javier y a Carlos Hugo. Representante del arrupismo que sepultó a la Compañía de Jesús, su influencia religiosa explicaría en parte la deriva del, en aquel entonces, Príncipe de Asturias. (Años más tarde, en la revista Razón y Fe, Juncosa se referiría al carlismo como un movimiento político instrumental cuyo objetivo, según esa nueva versión, era la democracia; conseguida ésta, el carlismo ya no tendría sentido). He aquí la carta:
11-IX-1965
Señor:
Esperaba durante este mes poder hacer un viaje a Francia y hubiera sido ésta la gran ocasión para saludar a V.M, y a la Familia Real. Pero, desgraciadamente, he de esperar todavía un poco. Quizás más adelante pueda desplazarme.
Y, sin embargo, quiero darle en esta carta unas breves noticias sobre mi viaje a Melilla. Como tuve que ir a Andalucía por asuntos de la Editorial en que trabajo, no pude resistir la tentación de cruzar el Estrecho de Gibraltar y llegarme a visitar a nuestro valiente legionario. Mi propósito era estar unas 25 horas, pero me encontré con unas circunstancias diversas de las completamente normales que yo esperaba y se alargó mi estancia allí por 10 días. Fue ello una suerte para mí, pues me dieron ocasión a un trato íntimo y “en exclusiva” con mi queridísimo Sixto. Ya sabe V.M. el afecto tan grande que siento por el Infante. Me pidió el que me quedara, pues me necesitaba, y me quedé muy gustoso para servirle.
El Infante mantiene un espíritu magnífico. Es todo un hombre, con un gran sentido de la responsabilidad, del deber, del compañerismo. De una delicadeza espiritual extrema, lleno de caridad y benevolencia para con todo el mundo, siempre procurando interpretar bien las cosas, sencillo en extremo, amable, cariñoso. Y disciplinado, duro, sin buscar excepciones ni tratos de favor, un legionario más. Se habla con encomio de su valentía y abnegación.
Y esto es más importante si consideramos, como bien puede pensar V. M. que la vida en la Legión no es precisamente una vida de placer. Tiene la Legión grandes cosas, una de ellas el que curte a los hombres y les da un temple magnífico. Pero ya se sabe que esto se consigue mediante una vida más bien dura. Pues bien Sixto está perfectamente encajado en ese género de vida y se siente feliz en ella como si siempre hubiera vivido según este estilo.
Su salud es buena. Estando yo se acatarró un poco, pero ya me encargué de cuidarle y cuando le dejé ya estaba del todo bien. Me encargó que le dijera a V. M. cuando le vea, que está muy bien, contento, y que no se preocupen si no escribe demasiado. Cuando tenga yo la suerte de ver a V. M. le podré contar más cosas con detalle.
Le felicito, Señor, por estos hijos que Dios le ha otorgado a V. M. Puede estar muy orgulloso del Infante. También he podido tratar a Doña Irene y también puedo afirmar que es un espléndido regalo de Dios a la Familia Real. No creo que Don Carlos hubiera podido hacer mejor elección.
Con respetuosos saludos para S.M.C. la Reina y para las Señoras Infantas, b.l.m, y queda a los rr.pp. de V.M.C.,
Arturo Juncosa